HIJO DE LAS CALLES

«No debe andar el mundo con el amor descalzo,
enarbolando un diario, como un ala en la mano»


Hoy no te entiendo. Muchos ayeres me viste pasar y cuántos segundos yo te sentí cerquita. No te pude asir con la mirada y no es cómodo figurarte en la memoria. Te viste vivir en las calles; yo pienso cuánta lengua hay en tus pequeños pies temerosos y otras veces, vencidos por el miedo, violentados. Veo mi paso algunas veces acelerado, otras veces calmo. Yo pienso qué buen camino sostiene mis descansados pies.
 Un impulso bestial te suprime de mis calles, de mis días, de mi camino, del eco en el hueco de mi pecho, del grito irracional enarbolado en cada día sentimental, en cada día que te recuerda. Ese grito que creo vos no escuchás. Otras veces, acaece el murmullo desvergonzado. En él estás tapado y oculto, casi muerto debajo de un extraordinario peso; perdón, debajo de una benigna palabra que, paradójicamente, no te reverberó, sí te aplastó. Se escucha un «hermano». 
Algunos minutos de algún día canto Yo tengo tantos hermanos y me creo con un lloro pa’ llorarte y con un rezo pa’ rezarte. Sin embargo, el martes por la noche que pasé por la plaza San Martín, vos estabas por todos lados y no tenía nada para decirte y ni ganas de pensarte. Te camuflaron las luces de la vida noctámbula, el naranja segregado por algún farolito y alguna que otra sombra que ocultó tu rostro lacrimoso.
Bajo la copa de un árbol, alguien me contó que un relámpago trunco te cruza la mirada, que tu lengua sedienta está seca de tanto lamer tu tierra, que no te llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca y que por las noches llorás tristísima trementina.
Ayer la saeta de un reloj marcó otro tiempo, aunque para vos, siguió siendo el mismo, hijo de las calles, de vida urbana y de espíritu empobrecido. Algunos no te encontramos en el nuestro. Quizá pensamos que te escondés y no nos damos cuenta de que te escondemos. Vos sí que mostrás tu rostro y sí que se oye tu voz. Pobres, nosotros los adormilados que no damos cuenta de que miel y leche hay debajo de tu lengua.
Que nos reanimen con manzanas, a ver si nos enfermamos de amor.

Alison Caceres.

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