Soy un niño en la calle por Laura Montero

Anoche no pude dormir nada. El frío no me dejó y con eso de que no tengo nada en el estómago la pasé todavía peor. Ando muerto de sueño, pero... ¿qué puedo hacer? Al fin y al cabo, ya debería estar acostumbrado. Nací en la calle y probablemente siga en la calle hasta que me muera.
Me levanté del suelo, mi cama, y dejé a mi mamá durmiendo. No creo que le importe, no es como si estuviera muy pendiente de mí, además de que hoy no tengo ánimos de salir a hacerme el enfermo de cáncer para conseguir alguna limosna que a mí no me llega. No tenía idea de qué hora sería, ni siquiera estaba seguro del día. Para mí eran todos iguales, quizá uno más soportable que otro pero sin dejar de pasarla mal. Con mis piecitos negros, descalzos y casi acalambrados por el frío, caminé por la Plaza San Martín. El día todavía estaba oscuro y el viento me hacía cubrir mis brazos descubiertos, tratando de calentarme sin mucho éxito. La brisa aún se colaba por los huequitos de mi remera.
Ya había gente en las paradas de colectivos, bajando de ellos y yendo a trabajar. También pude ver algunos chicos con mochilas dirigiéndose hacia su escuela. Todos me ignoraban, hacían como si no existiese, ni siquiera me miraban. A mí sí me gustaba verlos, hacía esto todas las mañanas porque me encantaba imaginar lo que sería ser uno de ellos. Un niño limpio, con la suficiente ropa para estar bien lindo y abrigado. Con muchos amigos (y seguramente muchos juguetes), con un colegio al que ir y aprender todo lo que necesite para poder triunfar en la vida. ¿Qué sería no tener la duda de si voy o no a comer ese día? ¿Qué sería pasar las noches en una cama calentita sin el temor de que algo te suceda? ¿Qué sería tener algún lugar a donde ir, con una familia que me esperase, me quisiese y se preocupase por mí? ¿Sabrán ellos lo afortunados que son? ¿Sabrán que son los privilegiados de Dios? Digo, por la cantidad de regalos que la vida les da...
Una punzada de dolor provocó que mis ojos se llenaran de lágrimas. Me mordí el labio con fuerza para evitar llorar. No soy un débil, no pienso llorar en absoluto. Esta vida es la que me tocó y no pienso dejar que me venza. Mejor sería que vuelva a donde mi mamá. Después volvería a fijarme si hoy era uno de esos días en los que regalaban sopa calentita las monjas esas que a veces me cuidan.

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