"Carta para Otelo". Brisa Denet

Mi querido Otelo:
                              Mi amado, te escribo esta carta para asegurarte que te sigo amando igual y aun más que antes. Como olvidarme de cuando mi padre te invitaba a casa, aquellos días en los que curiosa, escuchaba tus relatos, tan valiente luchaban por tu pueblo, tantas antros, desiertos estériles (revisar coherencia de la frase), cantares salvajes, peñascos y montañas cuyas cimas tocaban el cielo, accidentes por cielo y tierra, como no enamorarme de aquel moro. Más tu, valiente guerrero, notando mi interés, tomates la iniciativa.
“Habiéndolo yo observado, elegí un día una hora oportuna y hallé fácilmente el medio de arrancarle del fondo de su corazón la súplica de hacerla por entero el relato de mis viajes, de que había oído algunos fragmentos, pero sin la debida atención. Accedí a ello, y frecuentemente le robé lágrimas, cuando hablaba de alguno de los dolorosos golpes que habían herido mi juventud. Acabada mi historia, me dio por mis trabajos un mundo de suspiros. Juró que era extraño, que en verdad era extraño hasta el exceso, que era lamentable, asombrosamente  lamentable; hubiera deseado no oírlo, no obstante anhelar que el cielo le hiciera nacer de semejante hombre. Me dio las gracias y me dijo que si tenía un amigo que la amara me invitaba a contarle mi historia, y que ello bastaría para que se casase con él. Animado con esta insinuación, hablé. Me amó por los peligros que había corrido y yo la amé por la piedad que mostró por ellos. Ésta es la única brujería que he empleado. Aquí llega la dama; que sea testigo de ello.” (Otelo, acto primero, escena tres)
Tan cierto y verdadero era nuestro amor, que aún en contra (de) mi padre Barbancio, decidí escaparme aquella noche para casarme contigo y más aún acompañarte a la guerra de Chipre, pero algo sucedió. No tengo claro que ni como, pero tanto amor entre tu y yo se enfermó. Las cosas comenzaron a cambiar, lo note desde el principio, pero aún insistiendo en que me dijeras que sucedía jamás me (quitar) lo quisiste hacer, de tu parte solo recibía palabras de bienestar.
Pero al fin, aquella última vez que te vi a los ojos, pude entender que sucedía, pude comprender como la desconfianza había destruido nuestro amor, aquel  amor tan sincero que nos teníamos, aquel que con fuerzas nos hizo luchar contra todo el mundo. Pero fue con aquella misma fuerza que colocaste tus manos sobre mi cuello y yo sin poder decir palabra alguna, sólo cerré mis ojos y fue mi fin.
Lo cierto es que a pesar de tu desconfianza te sigo amando igual y aun más que antes, aquí sigo esperándote, amado mío.

                  Revisá la regla ortográfica de la tildación de los pronombres en las interrogaciones y/o exclamaciones directas e indirectas.
                  Corregí las repeticiones.  
                  Falta una segunda cita.  

                                                                                            Atentamente, Desdémona

Comentarios

  1. Excelente la imagen del cierre que plantea: cómo la misma fuerza arrolladora del amor para vencer los obstáculos del incio, fue la que finalmente destruyó a los amantes...
    Inés

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